
Se conocieron en un colectivo de larga distancia, pues les tocó compartir el asiento. Al principio estaban callados, pero una maniobra brusca y una fuerte frenada en la ruta le dio la oportunidad de iniciar una charla. Comenzaron hablando de cosas intrascendentes, pero poco a poco descubrieron que tenían muchas cosas en común y pronto se encontraron charlando como si se conocieran desde siempre, sintiéndose muy cómodos el uno con el otro.
Tenían casi la misma edad, habían nacido en la misma ciudad, pero nunca antes se habían visto. Miriam viajaba a la capital por cuestiones de salud y Armando para tomar un avión que lo llevaría muy lejos del país. Tocaron muchos temas diferentes, pero ninguno de los dos ahondó sobre su vida personal. Ella quizás porque se sentía un poco intimidada, pues él le contaba de los lugares que había visitado (a los que ella solo podía acceder por fotografías) y no quería que el se enterara de su vida de chica de barrio, monótona y aburrida, donde nunca pasaba nada; y él porque quería sentirse diferente, un hombre común, aunque sea por solo una vez en su vida. Lo cierto es que conversando se les pasó buena parte de la noche. Los dos se dieron cuenta que entre ellos había una magia especial, un algo que los hacía olvidar los prejuicios y lanzarse a la aventura. Al llegar a destino, fueron a tomar algo y luego, como una pareja más, salieron a recorrer la ciudad. Pasaron el día juntos, sin querer hablar del mañana, solo ese momento importaba. Se sentían felices lejos de todo y de todos, y pareció lo más natural buscar un lugar donde pudieran demostrarse todo lo que sentían, sin tener que dar cuentas a nadie. Fueron muchas horas amándose, casi sin palabras, solo sintiendo, sabiendo que al día siguiente, estarían muy lejos el uno del otro. Ambos sabían que sus vidas tomarían rumbos distintos, pero querían tomarse una revancha.
Fue ella quien lo vio partir, sin promesas, sin llantos, sólo un abrazo fuerte, un largo beso y un simple adiós. Sintió que toda su vida recordaría ese momento, que la herida que se abrió en su corazón ya nunca cerraría.
Semanas después Miriam regresó a su ciudad, los días pasaban sin que ella lo note, hasta que se enteró que estaba embarazada. Después de la sorpresa inicial, se sintió feliz, nunca más estaría sola, una nueva vida estaba gestándose dentro de si, y eso le dio fuerzas para luchar y salir adelante.
…Y así fue, pasaron muchos años, a veces se preguntaba que habrá sido de el, por donde andará, si también la recordaba. Ella tenía una pequeña réplica suya, con su mirada y esa hermosa sonrisa que eran un recordatorio constante de ese hombre que cambió su vida sin siquiera saberlo.
Nunca más se enamoró, se dedicó por completo a su hijo y los días transcurrían placidamente. Se acercaba el cumpleaños del pequeño Gabriel, Miriam fue a comprar su regalo, y como quería que sea una sorpresa, iba pensando en donde lo escondería para que él no lo descubriera. Siempre que iba al Centro entraba a la iglesia para rezar,
Tratando, en vano, de evitar las lágrimas que corrían por su rostro, Miriam se levantó y se fue. Sus pasos resonaron en el corredor mientras se alejaba, salió a la calle. Ahora todo encajaba, sus silencios y el presentimiento de que algo ocultaba al evitar hablar sobre si. Escapó de la verdad que la golpeaba y que dolía, todavía lo amaba, siempre lo amaría. Ese único día pasado con él, la marcaría para toda la vida. Descubrir la verdad la dejó sin fuerzas. Se alejó de allí y se alejó de él. Esa etapa de su vida estaba cerrada.
Su hijo la necesitaba, y había que preparar una fiesta.
ANA MARÍA DÍAZ PAZ
Me gusta, gracias por la invitación... abrazos
ResponderEliminarMariely